X
Relato de la exploración. -Se deciden a dejar el «Sloughi.» -Descarga
y rompimiento del yate. -Una borrasca que acaba con él. -Acampados
debajo de la tienda. -Construcción de una balsa. -Carga y embarque. -Dos
noches en el río. - Llegada a «French-den.»
Ya pueden figurarse nuestros lectores la acogida que se hizo a los
cuatro exploradores: Gordon, Cross, Baxter, Garnett y Webb les dieron un
abrazo, y los pequeños se les colgaron del cuello. Habían tenido tanto
miedo de no volverlos a ver, temían que se hubiesen extraviado, que
hubieran caído en mano de los indígenas, o que hubieran sido pasto de
algunos animales carnívoros: hubo, en fin, exclamaciones de júbilo y
buenos apretones. Phann tomó parte, como era natural, en aquella
alegría, y mezclaba sus ladridos a los hurras
de los niños.
Ya estaban de vuelta, y no quedaba más que saber el resultado de la
expedición; pero como se encontraban cansados, lo dejaron para el
siguiente día.
-¡Estamos en una isla!
Esto fue todo lo que Briant dijo, y era lo bastante para que el
porvenir apareciese bajo los más sombríos colores. A pesar de eso,
Gordon acogió la noticia sin mucho desaliento.
-¡Bueno! lo esperaba, parecía decir, y no me sorprende.
Al día siguiente, al amanecer, los mayores, Gordon, Briant, Doniphan,
Baxter, Cross, Wilcox, Service, Webb, Garnett, también Mokó, que era de
buen consejo, se reunieron en la proa del yate, mientras los demás
dormían. Briant y Doniphan tomaron la palabra, cada uno a su vez,
poniendo a sus compañeros al corriente de cuanto les había sucedido.
Dijeron que una calzada colocada en un río y los restos de un ajoupa o
choza oculta en un espeso matorral, les habían hecho creer que el país
estaba habitado. Manifestaron que aquella vasta extensión de agua que
había creído el mar, no era otra cosa que un lago; explicaron cómo
nuevos indicios les habían conducido hasta la cueva, cerca del sitio de
donde el río salía de aquella inmensa laguna; y, por fin, refirieron el
descubrimiento del esqueleto de Francisco Baudoin y el hallazgo del
cuaderno y del mapa levantado por el náufrago, que indicaba que era una
isla aquella tierra en la que se había perdido el Sloughi.
Briant y Doniphan no omitieron ningún detalle, y después de su
relato, todos juntos, mirando aquel mapa, comprendieron que no podían
hacer nada, y que la salvación tenía que venir de fuera. El que menos se
asustó fue el americano. Gordon no tenía familia que le esperase en
Nueva Zelandia, así es que con su espíritu práctico, metódico y
organizador, la idea de fundar y regir una pequeña colonia no le
asustaba. Veía en ello una ocasión de ejercitar sus gustos naturales, y
procuró dar alientos a sus compañeros, prometiéndoles, si querían
secundarle, una existencia bastante soportable.
El americano, después de examinar detenidamente el mapa de Francisco
Baudoin, y viendo las grandes dimensiones de la isla, creyó imposible
que no estuviese señalada en el mapa del Pacífico del atlas de Stieler.
Pero después de un detenido examen se convenció de que, fuera de los
archipiélagos, cuyo conjunto comprende la Tierra de Fuego; el de la
Desolación, de la Reina Adelaida, de Clarence, etc., ningún otro
constaba en aquellos mares. Era, pues, una isla desconocida, no pudiendo
tampoco saber su situación en el Pacífico, por carecer instrumentos
necesarios al objeto.
De todo lo ocurrido, observado y calculado, se decía que era preciso
proceder a una instalación definitiva antes de que llegase el invierno.
-Lo mejor será que vivamos en la cueva que hemos descubierto, dijo
Briant, puesto que nos ofrece un abrigo seguro.
-¿Es bastante grande para que quepamos todos?- preguntó Baxter.
-No, respondió Doniphan: tal cual es, estaremos bastante estrechos;
pero me parece fácil agrandarla. Tenemos herramientas y...
-Tal vez no estemos con mucha comodidad, observó otro joven; de
cualquier modo es necesario ir allá y luego veremos.
-Y sobre todo, añadió Briant, trasladémonos lo más pronto posible.
Gordon, apoyando el parecer de este último, dijo que era, en efecto,
muy urgente, porque el
schooner cada vez se hacía menos
habitable, en atención a que las últimas lluvias, seguidas de calores
bastante fuertes, habían contribuido a que se abriera por muchos lados, y
el aire y el agua penetraban por varios sitios a la vez; y si por causa
del equinoccio, que duraba aun, se desencadenase una borrasca en
aquella costa, el Sloughi es haría pedazos en pocas horas. Era
urgentísimo, por lo tanto, abandonarlo en seguida y destrozarlo después
para utilizar lo que pudiera sacarse de él, vigas, tablas, hierro,
cobre, y llevarlo todo a French-den (gruta francesa), nombre que dieron a
la cueva, en recuerdo al pobre náufrago.
-Y mientras tanto, ¿dónde habitaremos? - preguntó Doniphan.
-Levantaremos una tienda de campaña a orillas del río, entre los
árboles, respondió Gordon.
-Ese es el mejor partido que podemos tomar, dijo Briant, y conviene
hacerlo sin perder una hora.
Urgía, en efecto, empezar, porque se necesitaba lo menos un mes de
trabajo asiduo para descargar el material y las provisiones, desbaratar
el yate y construir una balsa para acarrearlo todo antes de Mayo, que,
como es sabido, corresponde a Noviembre en el hemisferio boreal.
Con mucha sensatez había escogido Gordon la orilla del río para
establecer el nuevo campamento, puesto que el transporte debía
verificarse por agua, dado que no era posible otra vía más directa ni
más cómoda, porque aprovechando durante varios días la marea alta que
alcanzaba hasta el lago, una balsa llegaría a su destino sin demasiado
trabajo.
-Ya sabemos que la parte superior de aquel río era navegable, y
Briant y Mokó, en una nueva excursión que hicieron en la canoa,
reconociéndolo hasta la hondonada, pudieron cerciorarse de que ningún
obstáculo se oponía a su proyecto.
Los días siguientes se emplearon en disponer el nuevo campamento.
Ataron con buenas cuerdas las ramas más bajas de diferentes hayas, que
sirvieron de sostén a la gran vela de repuesto del yate, y fijándola en
el suelo por fuertes amarras, llevaron allí las camas, los utensilios de
primera necesidad, las armas, municiones y los fardos que contenían las
provisiones de boca. Como la balsa debía construirse con los restos del
schooner, era necesario proceder cuanto antes a su demolición.
El tiempo no podía ser mejor, y si bien soplaba a veces un viento
bastante fuerte, como venía de tierra, no interrumpía para nada el
trabajo de nuestros náufragos.
El 15 de Abril ya no quedaban en el buque más que los objetos de gran
peso, las goas de plomo sirviendo de lastre, la hornilla y otros que no
podían moverse sin un aparato adecuado. En cuanto a las cosas propias
del buque, vergas, obenques, cadenas, áncoras, amarras y demás, todo
estaba ya cerca de la tienda.
No tenemos por qué decir que no es descuidaban en proveer a las
necesidades de cada día. Doniphan, Webb y Wilcox consagraban algunas
horas a la caza, y los pequeños recogían mariscos en cuanto la marea
dejaba en descubierto los arrecifes.
Daba gusto ver a Jenkins, Iverson, Dole y Costar moverse como una
nidada de polluelos entre las rocas; algunas veces se mojaban las
piernas, lo que les valía un regaño de Gordon, mientras Briant los
disculpaba. Santiago acompañaba también en sus ocupaciones a los
pequeños, pero sin participar jamás de su alegría.
El trabajo marchaba, pues, a las mil maravillas, con un método en el
que se conocía la intervención del americano, cuyo sentido práctico no
le abandonaba nunca. Doniphan se doblegaba a sus órdenes, lo que no
hubiera hecho con Briant ni con nadie. En suma, reinaba un perfecto
acuerdo entre todos.
La segunda quincena de Abril no fue tan buena. La temperatura tuvo
una baja sensible, y varias veces, por la madrugada, el termómetro
señaló cero. Por precaución, creyeron conveniente ponerse trajes de más
abrigo, especialmente los pequeños, cuyo cuidado constituía la incesante
preocupación de Briant. Tenía con ellos suma vigilancia, ya para que no
se enfriasen los pies, ya para que no se expusieran a un aire frío
cuando estaban sudando. Al menor constipado les obligaba a acostarse al
lado de un buen brasero, que no se apagaba ni de noche ni de día. Varias
veces, Dole y Costar, por hallarse resfriados, no pudieron salir de la
tienda; pero Mokó, por indicaciones de Briant, no ahorraba las tisanas,
cuyos ingredientes habían encontrado en el botiquín del schooner.
Comenzó el desarme del yate: las planchas de cobre que cubrían los
costados del buque se quitaron con muchísimo esmero, para que,
conservadas en buen estado, pudiesen servir en
French-den, o sea en la cueva
francesa; y una vez arrancado el blindaje, las tenazas, las pinzas y los
martillos ayudaron a demoler el casco. Este trabajo lo hacían los
pobres chicos con mucha lentitud; pero el 25 de Abril una borrasca vino a
ayudarles con apreciable oportunidad.
Durante la noche, no obstante el mucho frío que hacía, se levantó una
violenta tormenta; los relámpagos alumbraban el espacio, y el ruido del
trueno no cesó en toda la noche, con gran espanto de los pequeños.
Felizmente no llovió; pero fue necesario atar varias veces la lona, que
el viento amenazaba arrancar, y si resistió, fue merced a la corpulencia
de los árboles que la sostenían. No sucedió así con el yate, que,
expuesto a los golpes del mar, se deshizo por completo. He aquí por qué
dijimos que la borrasca había auxiliado en su trabajo a nuestros
náufragos con oportunidad apreciable.
Vueltos al siguiente día a su ocupación, no tuvieron otra cosa que
hacer sino recoger los restos del buque y transportarlos a la orilla
derecha del río, a algunos pasos de la tienda. Gran trabajo, en verdad;
más con tiempo, aun cuando no sin gran fatiga, se llevó a buen fin. Era
cosa curiosa verlos enganchados a algún pesado madero tirando todos a la
vez y excitándose por mil gritos; las cuerdas les servían de palanca, y
con maderos redondos hacían correr las cosas de más peso, ¡Lástima que
esos pobres muchachos no tuviesen consigo al padre de Briant y al de
Garnett, porque el ingeniero y el capitán les hubieran corregido muchas
faltas que cometieron y debían cometer aun! Sin embargo, Baxter de una
inteligencia privilegiada en cuanto a mecánica, desplegó mucha destreza y
mucho celo.
Por fin, el 28 por la noche todo lo que quedaba del Sloughi había
sido llevado al sitio de embarque. Lo más difícil estaba hecho, puesto
que el río era el encargado de llevarlo todo a
French-den.
-Desde mañana empezaremos a construir la balsa, dijo Gordon.
-Sí, añadió Baxter; y para no tener que lanzarla luego al agua,
propongo que la construyamos en la superficie del río.
-No será nada cómodo, dijo Doniphan.
-No importa, probamos, respondió el americano. Si tenemos más trabajo
para armarla, no tendremos que cavilar para ponerla a flote.
Este modo de proceder era, en efecto, preferible, y aceptado por
todos desde la siguiente mañana, se dispusieron los primeros maderos de
aquella balsa, que había de ser de dimensiones bastante grande para
recibir una carga muy pesada. Las vigas arrancadas del
schooner, la quilla partida en dos, el palo de mesana, el trozo del
mayor roto a tres o cuatro pies del puente, el bauprés y la verga de
mesana, habían sido transportados a un sitio de la orilla, que no cubría
la marca sino en la pleamar. Esperaron, pues, aquel momento, y cuando
el flujo levantó los maderos, los empujaron hacia el río, en donde los
reunieron con otros más pequeños, colocados en sentido inverso,
atándolos fuertemente. De este modo obtuvieron una base sólida de unos
treinta pies de largo por quince de ancho. Trabajaron sin descanso
durante todo el día, y cuando la noche llegó, Briant tuvo la precaución
de atar los maderos a los árboles para que la pleamar no se lo llevara
todo río arriba, ni la marea baja hacia el mar.
Cansadísimos después de tan laborioso día, cenaron con gran apetito y
durmieron sin despertarse hasta la mañana siguiente.
Tratábase ahora de colocar la plataforma de la balsa; utilizaron para
ello las tablas del puente y del casco del Sloughi.
Esta tarea necesitó tres días, a pesar de la prisa con que trabajaban,
porque no había tiempo que perder, en atención a que algunas
cristalizaciones es iban formando ya en la superficie de los charcos y
también en las orillas del río. El abrigo de la tienda era también
insuficiente, a pesar del brasero, y apenas si se resguardaban del frío
apretándose unos contra otros, envueltos en las mantas. Era
imprescindible apresurarse para empezar la instalación definitiva en
French-den,
porque allí, así a lo menos lo esperaban, sería posible resistir los
rigores del invierno, tan rudos en aquellas latitudes; así es que
colocaron la plataforma del mejor modo posible para que no se deshiciera
en el camino y se hundiese todo el material en el lecho del río, que
eso hubiera sido para ellos de penosa y tristísima trascendencia.
-No importa que tardemos veinticuatro horas más, dijo Wilcox.
-Sí importa, repuso Briant, pues tenemos interés en concluir antes
del día 6 de Mayo.
-¿Por qué? preguntó Gordon.
-Pasado mañana entramos en el plenilunio, repuso Briant, y las mareas
crecerán durante algunos días. Cuanto más fuertes sean, más nos
ayudarán a remontar el curso del río. Piénsalo bien, Gordon; si
tuviésemos que sirgar, es decir, tirar de la balsa con cuerdas o
empujarla con bicheros, jamás llegaríamos a vencer la corriente.
-Tienes razón, respondió el americano; es preciso partir, lo más
tarde, dentro de tres días.
Y convinieron en no descansar hasta que todo estuviese concluido.
El 3 de Mayo se ocuparon del cargamento, y lo hicieron con el cálculo
y cuidado necesarios para que al marchar la balsa no perdiera el
equilibrio.
Todos trabajaron, cada uno según sus fuerzas. Jenkins, Iverson, Dole y
Costar fueron los encargados de acarrear las cosas más menudas, como
utensilios, herramientas e instrumentos, y ponerlos sobre la plataforma,
en donde Briant y Baxter las disponían metódicamente, siguiendo las
indicaciones de Gordon. En cuanto a los objetos de más peso, Baxter
estableció una especie de cabrestante con poleas encontradas a bordo, lo
que permitió levantar los fardos con más facilidad y dejarlos caer sin
choque alguno en la balsa. Procedieron con tanta prudencia y celo, que
en la tarde del 5 de Mayo cada objeto estaba en su sitio, no restándoles
más que hacer que soltar las amarras.
Esto se llevaría a efecto al día siguiente, a las ocho de la mañana,
hora en que la marca empezaría a influir en la embocadura del río.
Todos se hallaban satisfechos de su obra; los pequeños operarios
pensaban que, concluido su trabajo, iban a poder descansar hasta la
noche, descanso bien merecido por cierto; pero no sucedió tal, pues una
proposición muy razonable del americano les dio aun que hacer.
-Compañeros, dijo; pues que vamos a alejarnos de la bahía, no
podremos vigilar el mar, y si algún buque viniera por este lado, sería
imposible hacer señales pidiendo amparo; así es que opino que colocando
un mástil en el acantilado con una bandera, bastará, así lo espero, para
llamar la atención de cualquier barco que pase cerca de la isla.
-La proposición se aceptó por unanimidad, y uno de los palos fue
arrastrado hasta el pie de las rocas, cuyo talud, cerca de la orilla del
río, ofrecía una pendiente bastante fácil de subir. Cuando llegaron a
la cima, plantaron el mástil a una profundidad bastante grande para que
resistiese a los embates de los vientos, y por medio de una cuerda,
Baxter izó el pabellón inglés, que Doniphan saludó con una descarga de
su escopeta.
-¡Hombre, hombre! dijo Gordon dirigiéndose a Briant; mira a Doniphan,
que acaba de tomar posesión de la isla en nombre de Inglaterra.
-Me extrañaría mucho que no le perteneciera ya, respondió Briant.
Gordon hizo una mueca, en son de protesta, pues él, según el modo que
tenía de hablar cuando se ocupaba de aquella isla, daba a entender que
la creía americana.
El 6 de Mayo, a la salida del sol, todos estaban en pie, y comenzaron
a deshacer la tienda y a transportar las camas a la balsa, cubriéndolo
todo con las velas para que ningún objeto sufriera desperfecto alguno.
A las siete los preparativos estaban terminados. La plataforma se
había dispuesto de tal modo, que podían instalarse en ella dos o tres
días, si necesario fuese; y en cuanto a las provisiones, Mokó había
apartado lo preciso para el viaje, sin necesidad de encender fuego.
A las ocho y media se colocaron todos en la balsa, poniéndose los
mayores en los bordes, armados con bicheros o palos, único medio de
dirigirla.
Un poco antes de las nueve la marea empezó a subir, y entonces un
crujido sordo se dejó oír en el maderamen; pero después de este
esfuerzo, ninguna dislocación era de temer.
-¡Atención! gritó Briant.
-¡Atención! replicó Baxter.
Ambos estaban junto a las amarras que detenían la embarcación por
delante y por detrás.
-¡Estamos prontos! exclamó Doniphan, colocado con Wilcox en la parte
anterior de la plataforma.
Y después de asegurarse de que la balsa andaba a impulsos de la
marea, Briant gritó:
-¡Largad!
La orden fue ejecutada sin dilación, y libre ya de toda amarra, la
débil embarcación remontó lentamente la corriente, llevando a remolque
la canoa.
La alegría fue general cuando vieron que aquella pesada máquina se
ponía en movimiento, y de seguro que si hubieran construido un navío de
tres puentes, no hubiesen estado tan satisfechos. ¡Perdonémosle este
pequeño sentimiento de vanidad!
La orilla derecha, llena de árboles, era algo más elevada que la
izquierda, estrecho ribazo que seguía a lo largo de los pantanos.
Briant, Baxter, Doniphan, Wilcox y Mokó ponían todo su cuidado en evitar
que la embarcación atracase en aquella orilla, manteniéndola lo más
cerca posible de la derecha, en donde el flujo se hacía sentir con más
fuerza.
El curso del río, desde su salida del lago hasta su embocadura, era
de unas seis millas, y como no podían recorrer más que dos durante la
pleamar, necesitarían lo menos tres días para llegar a
French-den.
A las once, iniciándose ya el descenso de las aguas, se apresuraron a
amarrar fuertemente la balsa para que no retrocediera, pues si es
verdad que podían también aprovechar la marea de la noche, no era
razonable aventurarse en la oscuridad.
-Creo que cometeríamos una imprudencia, dijo Gordon, porque los
choques podrían ocasionarnos desperfectos, y soy de parecer que no
viajemos más que de día.
Esta proposición era demasiado sensata para no obtener la aprobación
general, pues valía más tardar que comprometer el precioso cargamento
entregado a la corriente del río.
Como tenían que estar medio día y una noche entera en el mismo sitio,
Doniphan y sus compañeros de caza, aprovechando la ocasión y seguidos
de Phann, desembarcaron en la margen derecha.
Gordon les recomendó que no se alejaran mucho, lo que tuvieron en
cuenta, trayendo, sin embargo, dos hermosas avutardas y varias perdices,
que conservó Mokó para la primera comida que hicieran en la cueva
francesa.
Durante aquella pequeña excursión, Doniphan no descubrió ningún
indicio que revelase la presencia antigua o reciente de seres humanos,
siendo lo único que llamó su atención algunos volátiles de gran tamaño
que huían precipitadamente por entre los matorrales.
El día acabó sin novedad, y Baxter, Webb y Cross, prontos a cualquier
evento, velaron toda la noche, hasta que, llegadas las nueve y tres
cuartos de la mañana, comenzaron a navegar en las mismas condiciones que
la víspera.
La noche había sido fría, y el día lo fue también. Era, por lo tanto,
urgente que llegasen cuanto antes a su nueva morada, pues ¿qué sería de
ellos si el río se helara o si algún témpano saliera del lago
dirigiéndose a la Bahía de Sloughi? Y sin embargo, no era fácil andar
más aprisa durante el flujo, e imposible remontar la corriente en la
bajamar.
A la una de la tarde hicieron alto al lado de la hondonada que Briant
y sus compañeros habían visto a su vuelta a la bahía Sloughi, y Mokó,
Doniphan y Wilcox montaron en la canoa para reconocer aquel barranco, no
deteniéndose sino por falta de agua. Este charco parecía ser una
prolongación de los pantanos, y muy rico en aves acuáticas. Doniphan
mató algunas chochas, que se guardaron con las avutardas y las perdices.
La noche fue tranquila, pero glacial, y a pesar de todas las
precauciones que se tomaron, sufrieron mucho frío sobre aquellas tablas,
especialmente los pequeños, hasta el punto de que Jenkins e Iverson,
dejándose llevar de su mal humor, se quejaron por haber dejado el
campamento de Sloughi-bay, siendo preciso que Briant les diera aliento
con caricias y dulces palabras.
Por fin, al día siguiente por la tarde, y con la ayuda de la marea,
que duró hasta las tres y media, la balsa llegó cerca del lago y atracó a
la orilla, frente a
French-den, o sea la cueva de
Francisco Baudoin.
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