18 de febrero de 2012

Capítulo X

X
Relato de la exploración. -Se deciden a dejar el «Sloughi.» -Descarga y rompimiento del yate. -Una borrasca que acaba con él. -Acampados debajo de la tienda. -Construcción de una balsa. -Carga y embarque. -Dos noches en el río. - Llegada a «French-den.»
Ya pueden figurarse nuestros lectores la acogida que se hizo a los cuatro exploradores: Gordon, Cross, Baxter, Garnett y Webb les dieron un abrazo, y los pequeños se les colgaron del cuello. Habían tenido tanto miedo de no volverlos a ver, temían que se hubiesen extraviado, que hubieran caído en mano de los indígenas, o que hubieran sido pasto de algunos animales carnívoros: hubo, en fin, exclamaciones de júbilo y buenos apretones. Phann tomó parte, como era natural, en aquella alegría, y mezclaba sus ladridos a los hurras de los niños.
Ya estaban de vuelta, y no quedaba más que saber el resultado de la expedición; pero como se encontraban cansados, lo dejaron para el siguiente día.
-¡Estamos en una isla!
Esto fue todo lo que Briant dijo, y era lo bastante para que el porvenir apareciese bajo los más sombríos colores. A pesar de eso, Gordon acogió la noticia sin mucho desaliento.
-¡Bueno! lo esperaba, parecía decir, y no me sorprende.
Al día siguiente, al amanecer, los mayores, Gordon, Briant, Doniphan, Baxter, Cross, Wilcox, Service, Webb, Garnett, también Mokó, que era de buen consejo, se reunieron en la proa del yate, mientras los demás dormían. Briant y Doniphan tomaron la palabra, cada uno a su vez, poniendo a sus compañeros al corriente de cuanto les había sucedido. Dijeron que una calzada colocada en un río y los restos de un ajoupa o choza oculta en un espeso matorral, les habían hecho creer que el país estaba habitado. Manifestaron que aquella vasta extensión de agua que había creído el mar, no era otra cosa que un lago; explicaron cómo nuevos indicios les habían conducido hasta la cueva, cerca del sitio de donde el río salía de aquella inmensa laguna; y, por fin, refirieron el descubrimiento del esqueleto de Francisco Baudoin y el hallazgo del cuaderno y del mapa levantado por el náufrago, que indicaba que era una isla aquella tierra en la que se había perdido el Sloughi.
Briant y Doniphan no omitieron ningún detalle, y después de su relato, todos juntos, mirando aquel mapa, comprendieron que no podían hacer nada, y que la salvación tenía que venir de fuera. El que menos se asustó fue el americano. Gordon no tenía familia que le esperase en Nueva Zelandia, así es que con su espíritu práctico, metódico y organizador, la idea de fundar y regir una pequeña colonia no le asustaba. Veía en ello una ocasión de ejercitar sus gustos naturales, y procuró dar alientos a sus compañeros, prometiéndoles, si querían secundarle, una existencia bastante soportable.
El americano, después de examinar detenidamente el mapa de Francisco Baudoin, y viendo las grandes dimensiones de la isla, creyó imposible que no estuviese señalada en el mapa del Pacífico del atlas de Stieler. Pero después de un detenido examen se convenció de que, fuera de los archipiélagos, cuyo conjunto comprende la Tierra de Fuego; el de la Desolación, de la Reina Adelaida, de Clarence, etc., ningún otro constaba en aquellos mares. Era, pues, una isla desconocida, no pudiendo tampoco saber su situación en el Pacífico, por carecer instrumentos necesarios al objeto.
De todo lo ocurrido, observado y calculado, se decía que era preciso proceder a una instalación definitiva antes de que llegase el invierno.
-Lo mejor será que vivamos en la cueva que hemos descubierto, dijo Briant, puesto que nos ofrece un abrigo seguro.
-¿Es bastante grande para que quepamos todos?- preguntó Baxter.
-No, respondió Doniphan: tal cual es, estaremos bastante estrechos; pero me parece fácil agrandarla. Tenemos herramientas y...
-Tal vez no estemos con mucha comodidad, observó otro joven; de cualquier modo es necesario ir allá y luego veremos.
-Y sobre todo, añadió Briant, trasladémonos lo más pronto posible.
Gordon, apoyando el parecer de este último, dijo que era, en efecto, muy urgente, porque el schooner cada vez se hacía menos habitable, en atención a que las últimas lluvias, seguidas de calores bastante fuertes, habían contribuido a que se abriera por muchos lados, y el aire y el agua penetraban por varios sitios a la vez; y si por causa del equinoccio, que duraba aun, se desencadenase una borrasca en aquella costa, el Sloughi es haría pedazos en pocas horas. Era urgentísimo, por lo tanto, abandonarlo en seguida y destrozarlo después para utilizar lo que pudiera sacarse de él, vigas, tablas, hierro, cobre, y llevarlo todo a French-den (gruta francesa), nombre que dieron a la cueva, en recuerdo al pobre náufrago.
-Y mientras tanto, ¿dónde habitaremos? - preguntó Doniphan.
-Levantaremos una tienda de campaña a orillas del río, entre los árboles, respondió Gordon.
-Ese es el mejor partido que podemos tomar, dijo Briant, y conviene hacerlo sin perder una hora.
Urgía, en efecto, empezar, porque se necesitaba lo menos un mes de trabajo asiduo para descargar el material y las provisiones, desbaratar el yate y construir una balsa para acarrearlo todo antes de Mayo, que, como es sabido, corresponde a Noviembre en el hemisferio boreal.
Con mucha sensatez había escogido Gordon la orilla del río para establecer el nuevo campamento, puesto que el transporte debía verificarse por agua, dado que no era posible otra vía más directa ni más cómoda, porque aprovechando durante varios días la marea alta que alcanzaba hasta el lago, una balsa llegaría a su destino sin demasiado trabajo.
-Ya sabemos que la parte superior de aquel río era navegable, y Briant y Mokó, en una nueva excursión que hicieron en la canoa, reconociéndolo hasta la hondonada, pudieron cerciorarse de que ningún obstáculo se oponía a su proyecto.
Los días siguientes se emplearon en disponer el nuevo campamento. Ataron con buenas cuerdas las ramas más bajas de diferentes hayas, que sirvieron de sostén a la gran vela de repuesto del yate, y fijándola en el suelo por fuertes amarras, llevaron allí las camas, los utensilios de primera necesidad, las armas, municiones y los fardos que contenían las provisiones de boca. Como la balsa debía construirse con los restos del schooner, era necesario proceder cuanto antes a su demolición.
El tiempo no podía ser mejor, y si bien soplaba a veces un viento bastante fuerte, como venía de tierra, no interrumpía para nada el trabajo de nuestros náufragos.
El 15 de Abril ya no quedaban en el buque más que los objetos de gran peso, las goas de plomo sirviendo de lastre, la hornilla y otros que no podían moverse sin un aparato adecuado. En cuanto a las cosas propias del buque, vergas, obenques, cadenas, áncoras, amarras y demás, todo estaba ya cerca de la tienda.
No tenemos por qué decir que no es descuidaban en proveer a las necesidades de cada día. Doniphan, Webb y Wilcox consagraban algunas horas a la caza, y los pequeños recogían mariscos en cuanto la marea dejaba en descubierto los arrecifes.
Daba gusto ver a Jenkins, Iverson, Dole y Costar moverse como una nidada de polluelos entre las rocas; algunas veces se mojaban las piernas, lo que les valía un regaño de Gordon, mientras Briant los disculpaba. Santiago acompañaba también en sus ocupaciones a los pequeños, pero sin participar jamás de su alegría.
El trabajo marchaba, pues, a las mil maravillas, con un método en el que se conocía la intervención del americano, cuyo sentido práctico no le abandonaba nunca. Doniphan se doblegaba a sus órdenes, lo que no hubiera hecho con Briant ni con nadie. En suma, reinaba un perfecto acuerdo entre todos.
La segunda quincena de Abril no fue tan buena. La temperatura tuvo una baja sensible, y varias veces, por la madrugada, el termómetro señaló cero. Por precaución, creyeron conveniente ponerse trajes de más abrigo, especialmente los pequeños, cuyo cuidado constituía la incesante preocupación de Briant. Tenía con ellos suma vigilancia, ya para que no se enfriasen los pies, ya para que no se expusieran a un aire frío cuando estaban sudando. Al menor constipado les obligaba a acostarse al lado de un buen brasero, que no se apagaba ni de noche ni de día. Varias veces, Dole y Costar, por hallarse resfriados, no pudieron salir de la tienda; pero Mokó, por indicaciones de Briant, no ahorraba las tisanas, cuyos ingredientes habían encontrado en el botiquín del schooner.
Comenzó el desarme del yate: las planchas de cobre que cubrían los costados del buque se quitaron con muchísimo esmero, para que, conservadas en buen estado, pudiesen servir en French-den, o sea en la cueva francesa; y una vez arrancado el blindaje, las tenazas, las pinzas y los martillos ayudaron a demoler el casco. Este trabajo lo hacían los pobres chicos con mucha lentitud; pero el 25 de Abril una borrasca vino a ayudarles con apreciable oportunidad.
Durante la noche, no obstante el mucho frío que hacía, se levantó una violenta tormenta; los relámpagos alumbraban el espacio, y el ruido del trueno no cesó en toda la noche, con gran espanto de los pequeños. Felizmente no llovió; pero fue necesario atar varias veces la lona, que el viento amenazaba arrancar, y si resistió, fue merced a la corpulencia de los árboles que la sostenían. No sucedió así con el yate, que, expuesto a los golpes del mar, se deshizo por completo. He aquí por qué dijimos que la borrasca había auxiliado en su trabajo a nuestros náufragos con oportunidad apreciable.
Vueltos al siguiente día a su ocupación, no tuvieron otra cosa que hacer sino recoger los restos del buque y transportarlos a la orilla derecha del río, a algunos pasos de la tienda. Gran trabajo, en verdad; más con tiempo, aun cuando no sin gran fatiga, se llevó a buen fin. Era cosa curiosa verlos enganchados a algún pesado madero tirando todos a la vez y excitándose por mil gritos; las cuerdas les servían de palanca, y con maderos redondos hacían correr las cosas de más peso, ¡Lástima que esos pobres muchachos no tuviesen consigo al padre de Briant y al de Garnett, porque el ingeniero y el capitán les hubieran corregido muchas faltas que cometieron y debían cometer aun! Sin embargo, Baxter de una inteligencia privilegiada en cuanto a mecánica, desplegó mucha destreza y mucho celo.
Por fin, el 28 por la noche todo lo que quedaba del Sloughi había sido llevado al sitio de embarque. Lo más difícil estaba hecho, puesto que el río era el encargado de llevarlo todo a French-den.
-Desde mañana empezaremos a construir la balsa, dijo Gordon.
-Sí, añadió Baxter; y para no tener que lanzarla luego al agua, propongo que la construyamos en la superficie del río.
-No será nada cómodo, dijo Doniphan.
-No importa, probamos, respondió el americano. Si tenemos más trabajo para armarla, no tendremos que cavilar para ponerla a flote.
Este modo de proceder era, en efecto, preferible, y aceptado por todos desde la siguiente mañana, se dispusieron los primeros maderos de aquella balsa, que había de ser de dimensiones bastante grande para recibir una carga muy pesada. Las vigas arrancadas del schooner, la quilla partida en dos, el palo de mesana, el trozo del mayor roto a tres o cuatro pies del puente, el bauprés y la verga de mesana, habían sido transportados a un sitio de la orilla, que no cubría la marca sino en la pleamar. Esperaron, pues, aquel momento, y cuando el flujo levantó los maderos, los empujaron hacia el río, en donde los reunieron con otros más pequeños, colocados en sentido inverso, atándolos fuertemente. De este modo obtuvieron una base sólida de unos treinta pies de largo por quince de ancho. Trabajaron sin descanso durante todo el día, y cuando la noche llegó, Briant tuvo la precaución de atar los maderos a los árboles para que la pleamar no se lo llevara todo río arriba, ni la marea baja hacia el mar.
Cansadísimos después de tan laborioso día, cenaron con gran apetito y durmieron sin despertarse hasta la mañana siguiente.
Tratábase ahora de colocar la plataforma de la balsa; utilizaron para ello las tablas del puente y del casco del Sloughi. Esta tarea necesitó tres días, a pesar de la prisa con que trabajaban, porque no había tiempo que perder, en atención a que algunas cristalizaciones es iban formando ya en la superficie de los charcos y también en las orillas del río. El abrigo de la tienda era también insuficiente, a pesar del brasero, y apenas si se resguardaban del frío apretándose unos contra otros, envueltos en las mantas. Era imprescindible apresurarse para empezar la instalación definitiva en French-den, porque allí, así a lo menos lo esperaban, sería posible resistir los rigores del invierno, tan rudos en aquellas latitudes; así es que colocaron la plataforma del mejor modo posible para que no se deshiciera en el camino y se hundiese todo el material en el lecho del río, que eso hubiera sido para ellos de penosa y tristísima trascendencia.
-No importa que tardemos veinticuatro horas más, dijo Wilcox.
-Sí importa, repuso Briant, pues tenemos interés en concluir antes del día 6 de Mayo.
-¿Por qué? preguntó Gordon.
-Pasado mañana entramos en el plenilunio, repuso Briant, y las mareas crecerán durante algunos días. Cuanto más fuertes sean, más nos ayudarán a remontar el curso del río. Piénsalo bien, Gordon; si tuviésemos que sirgar, es decir, tirar de la balsa con cuerdas o empujarla con bicheros, jamás llegaríamos a vencer la corriente.
-Tienes razón, respondió el americano; es preciso partir, lo más tarde, dentro de tres días.
Y convinieron en no descansar hasta que todo estuviese concluido.
El 3 de Mayo se ocuparon del cargamento, y lo hicieron con el cálculo y cuidado necesarios para que al marchar la balsa no perdiera el equilibrio.
Todos trabajaron, cada uno según sus fuerzas. Jenkins, Iverson, Dole y Costar fueron los encargados de acarrear las cosas más menudas, como utensilios, herramientas e instrumentos, y ponerlos sobre la plataforma, en donde Briant y Baxter las disponían metódicamente, siguiendo las indicaciones de Gordon. En cuanto a los objetos de más peso, Baxter estableció una especie de cabrestante con poleas encontradas a bordo, lo que permitió levantar los fardos con más facilidad y dejarlos caer sin choque alguno en la balsa. Procedieron con tanta prudencia y celo, que en la tarde del 5 de Mayo cada objeto estaba en su sitio, no restándoles más que hacer que soltar las amarras.
Esto se llevaría a efecto al día siguiente, a las ocho de la mañana, hora en que la marca empezaría a influir en la embocadura del río.
Todos se hallaban satisfechos de su obra; los pequeños operarios pensaban que, concluido su trabajo, iban a poder descansar hasta la noche, descanso bien merecido por cierto; pero no sucedió tal, pues una proposición muy razonable del americano les dio aun que hacer.
-Compañeros, dijo; pues que vamos a alejarnos de la bahía, no podremos vigilar el mar, y si algún buque viniera por este lado, sería imposible hacer señales pidiendo amparo; así es que opino que colocando un mástil en el acantilado con una bandera, bastará, así lo espero, para llamar la atención de cualquier barco que pase cerca de la isla.
-La proposición se aceptó por unanimidad, y uno de los palos fue arrastrado hasta el pie de las rocas, cuyo talud, cerca de la orilla del río, ofrecía una pendiente bastante fácil de subir. Cuando llegaron a la cima, plantaron el mástil a una profundidad bastante grande para que resistiese a los embates de los vientos, y por medio de una cuerda, Baxter izó el pabellón inglés, que Doniphan saludó con una descarga de su escopeta.
-¡Hombre, hombre! dijo Gordon dirigiéndose a Briant; mira a Doniphan, que acaba de tomar posesión de la isla en nombre de Inglaterra.
-Me extrañaría mucho que no le perteneciera ya, respondió Briant.
Gordon hizo una mueca, en son de protesta, pues él, según el modo que tenía de hablar cuando se ocupaba de aquella isla, daba a entender que la creía americana.
El 6 de Mayo, a la salida del sol, todos estaban en pie, y comenzaron a deshacer la tienda y a transportar las camas a la balsa, cubriéndolo todo con las velas para que ningún objeto sufriera desperfecto alguno.
A las siete los preparativos estaban terminados. La plataforma se había dispuesto de tal modo, que podían instalarse en ella dos o tres días, si necesario fuese; y en cuanto a las provisiones, Mokó había apartado lo preciso para el viaje, sin necesidad de encender fuego.
A las ocho y media se colocaron todos en la balsa, poniéndose los mayores en los bordes, armados con bicheros o palos, único medio de dirigirla.
Un poco antes de las nueve la marea empezó a subir, y entonces un crujido sordo se dejó oír en el maderamen; pero después de este esfuerzo, ninguna dislocación era de temer.
-¡Atención! gritó Briant.
-¡Atención! replicó Baxter.
Ambos estaban junto a las amarras que detenían la embarcación por delante y por detrás.
-¡Estamos prontos! exclamó Doniphan, colocado con Wilcox en la parte anterior de la plataforma.
Y después de asegurarse de que la balsa andaba a impulsos de la marea, Briant gritó:
-¡Largad!
La orden fue ejecutada sin dilación, y libre ya de toda amarra, la débil embarcación remontó lentamente la corriente, llevando a remolque la canoa.
La alegría fue general cuando vieron que aquella pesada máquina se ponía en movimiento, y de seguro que si hubieran construido un navío de tres puentes, no hubiesen estado tan satisfechos. ¡Perdonémosle este pequeño sentimiento de vanidad!
La orilla derecha, llena de árboles, era algo más elevada que la izquierda, estrecho ribazo que seguía a lo largo de los pantanos. Briant, Baxter, Doniphan, Wilcox y Mokó ponían todo su cuidado en evitar que la embarcación atracase en aquella orilla, manteniéndola lo más cerca posible de la derecha, en donde el flujo se hacía sentir con más fuerza.
El curso del río, desde su salida del lago hasta su embocadura, era de unas seis millas, y como no podían recorrer más que dos durante la pleamar, necesitarían lo menos tres días para llegar a French-den.
A las once, iniciándose ya el descenso de las aguas, se apresuraron a amarrar fuertemente la balsa para que no retrocediera, pues si es verdad que podían también aprovechar la marea de la noche, no era razonable aventurarse en la oscuridad.
-Creo que cometeríamos una imprudencia, dijo Gordon, porque los choques podrían ocasionarnos desperfectos, y soy de parecer que no viajemos más que de día.
Esta proposición era demasiado sensata para no obtener la aprobación general, pues valía más tardar que comprometer el precioso cargamento entregado a la corriente del río.
Como tenían que estar medio día y una noche entera en el mismo sitio, Doniphan y sus compañeros de caza, aprovechando la ocasión y seguidos de Phann, desembarcaron en la margen derecha.
Gordon les recomendó que no se alejaran mucho, lo que tuvieron en cuenta, trayendo, sin embargo, dos hermosas avutardas y varias perdices, que conservó Mokó para la primera comida que hicieran en la cueva francesa.
Durante aquella pequeña excursión, Doniphan no descubrió ningún indicio que revelase la presencia antigua o reciente de seres humanos, siendo lo único que llamó su atención algunos volátiles de gran tamaño que huían precipitadamente por entre los matorrales.
El día acabó sin novedad, y Baxter, Webb y Cross, prontos a cualquier evento, velaron toda la noche, hasta que, llegadas las nueve y tres cuartos de la mañana, comenzaron a navegar en las mismas condiciones que la víspera.
La noche había sido fría, y el día lo fue también. Era, por lo tanto, urgente que llegasen cuanto antes a su nueva morada, pues ¿qué sería de ellos si el río se helara o si algún témpano saliera del lago dirigiéndose a la Bahía de Sloughi? Y sin embargo, no era fácil andar más aprisa durante el flujo, e imposible remontar la corriente en la bajamar.
A la una de la tarde hicieron alto al lado de la hondonada que Briant y sus compañeros habían visto a su vuelta a la bahía Sloughi, y Mokó, Doniphan y Wilcox montaron en la canoa para reconocer aquel barranco, no deteniéndose sino por falta de agua. Este charco parecía ser una prolongación de los pantanos, y muy rico en aves acuáticas. Doniphan mató algunas chochas, que se guardaron con las avutardas y las perdices.
La noche fue tranquila, pero glacial, y a pesar de todas las precauciones que se tomaron, sufrieron mucho frío sobre aquellas tablas, especialmente los pequeños, hasta el punto de que Jenkins e Iverson, dejándose llevar de su mal humor, se quejaron por haber dejado el campamento de Sloughi-bay, siendo preciso que Briant les diera aliento con caricias y dulces palabras.
Por fin, al día siguiente por la tarde, y con la ayuda de la marea, que duró hasta las tres y media, la balsa llegó cerca del lago y atracó a la orilla, frente a French-den, o sea la cueva de Francisco Baudoin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario