Primeras disposiciones en el interior de «French-den.» -Descarga de
la balsa. -Visita a la tumba del náufrago. -Gordon y Doniphan. -La
hornilla de la cocina. -Caza de polo y de pluma. -El ñandú. -Proyectos
de Service. -Se acerca el Invierno.
El desembarque se verificó en medio de los gritos de júbilo de los
pequeños, para los que todo cambio en la vida ordinaria equivalía a un
nuevo juego. Dole brincaba en el ribazo como un cabrito; Iverson y
Jenkins corrían hacia el lago, mientras que Costar, hablando aparte con
Mokó, le decía:
-Nos has prometido una buena comida, grumete.
-Pues bien, pasaréis sin ella, señor Costar, respondió Mokó.
-¿Y por qué?
-Porque no tendré tiempo de guisar hoy.
-¡Cómo! ¿No se comerá?
-No, pero se cenará y las avutardas no serán menos buenas en la cena.
Y Mokó se reía, enseñando sus hermosos y blancos dientes.
El niño, después de darle una palmadita en el hombro en señal de
buena amistad, fue a reunirse a sus compañeros, y Briant dio a todos
ellos orden de que no se alejaran, con el fin de no perderlos de vista.
-¿No vas con ellos? preguntó a su hermano.
-No, prefiero estar aquí, respondió Santiago.
-Mejor sería que hicieras un poco de ejercicio, repuso Briant. ¡No
estoy contento contigo, Santiago!... ¡Me ocultas algo!... ¿Estás malo?
-No, no tengo nada.
Siempre la misma respuesta; esto preocupaba a Briant, que resolvió
aclarar sus dudas, a trueque de reñir con su hermano.
Pero no había que perder tiempo si querían pasar la noche en la
gruta.
Tratábase, en primer lugar, de que los que no la conocían fuesen a
verla; así es que, después de amarrar la balsa, Briant rogó a sus
compañeros que le acompañasen, y el grumete se proveyó de un farol, cuya
luz, aumentada por los cristales, despedía viva claridad.
Las malezas que tapaban el orificio de la cueva se encontraban en el
mismo estado que las dejó Briant; prueba segura de que ningún ser humano
ni animal habían penetrado en ella.
Después de apartar las ramas, todos se deslizaron por la estrecha
abertura. Con la luz del farol, la gruta se alumbró mucho mejor que con
las ramas de pino o las velas del náufrago.
-¡Qué estrechos vamos a estar aquí! dijo Baxter, que acababa de medir
la profundidad de la gruta.
-¡Bah! exclamó Garnett: se ponen las camas unas encima de otras como
en un camarote...
-¿Para qué? replicó Wilcox; bastará colocarlas bien en el suelo...
-Entonces ya no quedará sitio para andar, dijo Webb.
-No, pero...
-Pero, le interrumpió Service, lo principal era que tuviésemos un
abrigo. Supongo que Webb no pensaba encontrar aquí una habitación
completa con salón, comedor, alcoba, sala de fumar, cuarto de baño...
-No, dijo Cross; pero sería menester un sitio en que se pudiera
guisar.
-Guisaré fuera, dijo Mokó.
-Eso sería muy incómodo con el mal tiempo, dijo Briant. Así es que
mañana mismo debemos colocar aquí la hornilla del
Sloughi.
-¡La hornilla en el mismo sitio en que tenemos que comer y dormir!
replicó Doniphan con marcado disgusto.
-Pues bien, respirarás sales, lord Doniphan, exclamó Service soltando
una carcajada.
-Si me conviene, señor pinche, replicó el altanero muchacho
frunciendo el entrecejo.
-¡Vamos, vamos!... se apresuró a decir Gordon. Que la cosa sea o no
agradable, será preciso tener paciencia por ahora; además, la hornilla,
no sólo servirá para guisar, sino también para calentarnos.
En cuanto a agrandar esto, dado caso de que sea posible realizarlo,
tenemos el tiempo que dura el invierno: contentémonos, pues, con lo que
hay, e instalémonos lo mejor posible.
Antes de cenar, entraron todas las camas y las arreglaron unas al
lado de otras encima de la arena. Esta mudanza ocupó a los chicos hasta
el anochecer, en cuya hora, transportando la mesa grande del comedor del
yate, la colocaron en medio de la cueva, y Garnett, ayudado por los
pequeños, que la traían los diversos utensilios de a bordo, se encargó
de prepararla para la cena.
Mokó, que auxiliado por Service había dispuesto un hogar entre dos
gruesas piedras al pie del contrafuerte del acantilado, encendió lumbre
con ramas secas, que Wilcox y Webb fueron a buscar debajo de los árboles
del ribazo, y a eso de las seis la olla esparcía un olor muy apetitoso,
mientras que una docena de perdices colocadas en una barrita de hierro,
se asaban delante de un buen fuego, encima de una gran fuente que
recibía su jugo, y en la que Costar hubiese de buena gana mojado un
trozo de galleta. Dole e Iverson daban concienzudamente vueltas al
asador, y Phann los miraba con gran interés.
A las siete estaban todos reunidos en la única habitación de
French-den, comedor y dormitorio a la vez. Los taburetes y sillas de
tijera y de mimbres del
Sloughi, habían sido traídos al
mismo tiempo que los bancos del puesto de la tripulación. Nuestros
muchachos, servidos por Mokó y por sí mismos, comieron opíparamente. Una
buena sopa muy caliente, un trozo de corn-beef,
el asado de perdices, galleta en vez de pan, agua fresca con una tercera
parte de brandy, un pedacito de queso de Chester y algunos vasos de
sherry en los postres, les indemnizaron de las malas comidas de los días
anteriores.
A pesar de la gravedad de su situación, los pequeños se entregaban a
la alegría propia de su edad, y Briant no quiso reprimir ni su algazara
ni sus risas.
Terminada la cena, y no obstante la fatiga del día, Gordon, guiado
por un sentimiento de religioso respeto, propuso a sus compañeros hacer
una visita a la tumba de Francisco Baudoin, cuya morada ocupaban ellos; y
aceptada la idea por todos, nuestros jóvenes dieron la vuelta al
contrafuerte y se detuvieron, cerca de un montón de tierra, en el que se
veía una cruz de madera; y entonces, los pequeños arrodillados y los
mayores inclinados ante aquella tumba, dirigieron una oración a Dios por
el alma del desgraciado náufrago.
A las nueve se acostaron, y Wilcox y Doniphan, que estaban de
guardia, encendieron una gran hoguera a la entrada de la cueva para
ahuyentar a los animales y caldear el interior de la gruta.
Al día siguiente, 9 de Mayo, y durante los tres sucesivos, se
necesitó de todos los brazos para la descarga de la balsa, pues como las
nubes se amontonaban ya con el viento Oeste, anunciando lluvia o nieve,
y el termómetro no se movía casi de cero, importaba mucho que cuantas
cosas podían echarse a perder, municiones y provisiones sólidas y
líquidas, se guardaran en
French-den.
Por espacio de algunos días, y ante la urgencia del trabajo, los
cazadores no se ocuparon mucho en dar culto a Diana; pero como las aves
acuáticas abundaban sobremanera en la superficie del lago o en los
pantanos, Mokó no se encontró nunca desprovisto. Chochas, patos y
cercetas daban a Doniphan ocasión de demostrar su destreza, sin
abandonar su perentoria obligación, no obstante observar que Gordon no
veía sin pena lo que costaba la caza en plomo y pólvora, y de saber que
quería economizar las municiones, cuya exacta cantidad tenía apuntada en
su cartera.
-Doniphan, es preciso escatimar tiros, le dijo un día; se trata de
nuestro interés para lo porvenir.
-Convenido, respondió Doniphan; pero es necesario también economizar
las conservas en aras de ese mismo interés, pues de no hacerlo así, nos
arrepentiríamos de ello, si se presenta algún día la ocasión de dejar la
isla...
-¡Dejar la isla! dijo Gordon. ¿Somos capaces acaso de construir un
buque que pueda hacerse a la mar?
-¿Y por qué no? Hemos de intentarlo, para el caso de que se encuentre
por aquí algún continente... No tengo yo ganas de morir en este
desierto, como el compatriota de Briant.
-Bien está, respondió el americano; pero a pesar del deseo que
tenemos todos de partir, no estará demás que nos habituemos a la idea de
vernos obligados a permanecer aquí años y años.
-¡No desmientes tu carácter, Gordon! exclamó Doniphan. Estoy cierto
de que te gustaría mucho fundar en estos parajes una colonia...
-Sin duda, si no se puede otra cosa.
-¡Ya lo creo! Mas juzgo que no serán muchos de tu parecer, ni
siquiera tu amigo Briant.
-Ya tendremos tiempo de discutir esta cuestión, replicó Gordon. Y A
propósito de Briant, permíteme que te diga que no te portas bien con él.
Es un buen compañero, que nos ha dado muchas pruebas de cariño...
-¡Cómo no! replicó Doniphan con el tono desdeñoso peculiar en él.
Briant tiene todas las buenas cualidades. Es una especie de héroe...
-No, Doniphan. Tiene defectos, lo mismo que nosotros; pero tus
sentimientos respecto de él pueden traer una desunión que haría mucho
más penosa nuestra existencia. Briant es estimado de todos...
-¡Oh, de todos! Mucho decir es eso.
-Lo es de la mayor parte, y no sé por qué Wilcox, Cross, Webb y tú no
queréis hacer caso de nada de lo que dice. Es una observación amistosa
la que te hago, Doniphan, y estoy cierto de que reflexionarás acerca de
ella...
-Ya está hecho, Gordon.
El americano conoció bien claramente que aquel orgulloso muchacho
estaba poco dispuesto a seguir sus consejos, y esto lo afligía mucho,
haciéndole prever grandes disgustos para el porvenir.
Ya hemos dicho que la descarga de la balsa necesitó tres días, y que
una vez terminada esta operación, no les quedaba otro quehacer sino el
de desbaratar aquella embarcación, cuyas maderas y tablas podían
utilizarse en el interior de French- den.
Desgraciadamente, no cupo todo el material en la cueva; y si ésta no se
podía agrandar, tendría que construirse un sotechado para poner los
fardos al abrigo de la intemperie. Mientras tanto, siguiendo los
consejos de Gordon, aquellos objetos fueron amontonados en el ángulo del
contrafuerte y cubiertos con lonas embreadas.
El día 13, Baxter, Briant y Mokó procedieron a la armadura de la
hornilla, que, arrastrada sobre maderos redondos hasta el interior de la
gruta, fue instalada junto a la pared de la derecha, cerca de la
entrada, para que el tiro se efectuase en mejores condiciones. La
colocación del tubo presentó alguna dificultad; pero como las paredes
eran de piedra caliza no muy sólida, Baxter llegó a perforarla, y pudo
ajustar perfectamente el cañón de la chimenea para facilitar la salida
del humo. Por la tarde, Mokó encendió lumbre, viendo con gran
satisfacción que la hornilla funcionaba a las mil maravillas.
Durante la semana siguiente, Doniphan, Webb, Cross, Service, Wilcox y
Garnett pudieron satisfacer sus aficiones de cazadores. Un día que se
internaron en el bosque de abedules y hayas, a media milla de
French-den, hacia el lago,
encontraron en algunos sitios indicios seguros del trabajo del hombre,
pues hallaron zanjas cubiertas con ramaje y bastante profundas, para que
los animales que cayesen en ellas no pudieran salir; pero el estado de
aquellas zanjas las denunciaba como muy antiguas, y una de ellas
encerraba los restos de un animal cuya especie era difícil clasificar.
-Son huesos de una bestia de gran tamaño, dijo Wilcox saltando al
fondo y sacando aquellos restos blanqueados por el tiempo.
-Son los huesos de un cuadrúpedo, añadió Webb; aquí están las cuatro
patas.
-Como no sea que los haya aquí de cinco, respondió Service; en esté
caso sería un carnero o una ternera fenomenal.
-Siempre te estás burlando, Service, dijo Cross.
-Las bromas inocentes no están prohibidas, dijo Garnett.
-Lo cierto es, repuso Doniphan, que esta bestia debía ser grande.
¡Mirad qué cabeza y qué mandíbulas armadas con sus colmillos! Service
puede bromear cuanto quiera; pero si este animal resucitara, me parece
que nuestro jocoso compañero no tendría ganas de
reír.
-¡Bien contestado! exclamó Cross, dispuesto siempre a apoyar a su
primo.
-¿Supones, pues, preguntó Webb a Doniphan, que se trata de un
carnívoro?
-No cabe duda.
-¿Un león? ¿Un tigre?... dijo Cross, no muy tranquilo.
-Si no es un tigre o un león, es, por lo menos, un jaguar o un
conguar.
-¡Será preciso andar alerta! dijo Webb.
-¡Y no aventurarnos demasiado lejos! añadió Cross.
-¿Lo oyes, Phann?
dijo Service, volviéndose hacia el perro. Hay fieras aquí.
Phann respondió con un alegre
ladrido, que no demostraba ninguna inquietud.
Nuestros cazadores se dispusieron a volver a su morada.
-Se me ocurra una idea, dijo Wilcox; y es la de que, si volviésemos a
cubrir esta zanja, tal vez algún otro animal se dejaría coger en la
trampa.
-Como quieras, respondió Doniphan, aunque me gusta más tirar a los
animales en libertad que cogerlos en un foso.
Wilcox, llevado por su afición de armar lazos, se apresuró a poner en
práctica la idea. Sus compañeros le ayudaron cortando follaje y ramas, y
colocando los palos más largos atravesados, disimulando después
completamente con las hojas la abertura de la zanja. Para reconocer el
sitio, Wilcox fue rompiendo algunas ramas hasta la orilla del bosque, y
hecho esto, volvieron todos a la gruta. La caza de pluma abundaba,
abasteciendo la mesa de nuestros isleños. Además de las avutardas y de
las perdices, se veía gran número de martinetes, cuyo plumaje, lleno de
lunarcitos blancos, se parece al de las pintadas; y en cuanto a la caza
de pelo, se componía de tucutucos,
especie de roedores que podían reemplazar ventajosamente al conejo; de
maras, liebres de un gris rojizo,
con una media luna negra encima del rabo, cuya carne se parece mucho a
la del aguti; de pichis,
mamíferos de piel escamosa, que ofrece un alimento de sabor delicioso;
de pecaris, que se parecen a pequeños jabalíes, y de guaculis, iguales a
los ciervos en cuanto a agilidad. Doniphan mató algunos de estos
animales; pero como era bastante difícil aproximarse a ellos, el consumo
de plomo y de pólvora no estaba en relación con los productos, con gran
disgusto del joven cazador.
Gordon le hizo ciertas observaciones, que ni sus compañeros ni él
tuvieron en cuenta. Durante estas excursiones, no dejaron tan laboriosos
jóvenes de hacer un buen acopio de dos preciosas plantas reconocidas
por Briant en su primera expedición al lago: apio silvestre y berros,
cuyos tallos pequeños tienen excelentes condiciones antiescorbúticas, y
desde entonces estos vegetales figuraron como medida higiénica en todas
las comidas.
No habiéndose helado aún la superficie del lago ni la del río,
pescaron también algunas truchas y sollos que, como es sabido, son muy
agradables al paladar, y no dejaban de abundar en aquellas aguas.
Un día en que Iverson volvió triunfalmente llevando un magnífico
salmón, con el que había luchado mucho tiempo, a trueque de romper las
cañas, exclamaron sus compañeros:
-Si en la época en que este pescado remonta el río pudiéramos coger
algunos, ¡qué buena cosa sería para el invierno!
Como es de suponer, nuestros incansables cazadores hicieron varias
visitas a la trampa sin ningún resultado; pero un día, el 17 de Mayo, en
que Briant y algunos otros fueron al bosque con objeto de ver si cerca
de la gruta encontraban alguna cavidad natural que sirviera de almacén
para los materiales, sucedió que, pasando cerca de la zanja, oyeron unos
gritos guturales que salían de allí.
Briant se dirigió en seguida hacia aquel lado, mas lo alcanzó
Doniphan, que no quería nunca dejarse adelantar por nadie; los demás
seguían a algunos pasos de distancia con las escopetas preparadas,
mientras que Phann andaba con las orejas caídas y el rabo tieso.
Cuando estuvieron a unos veinte pasos del foso, los gritos
redoblaron, y vieron entre las ramas un agujero bastante grande,
producido sin duda por la caída del animal que dentro de la zanja
estaba.
No sabiendo a qué especie pertenecía, era preciso estar preparados a
todo evento.
-¡Anda, Phann,
anda! gritó Doniphan.
El perro se lanzó en seguida ladrando, pero sin demostrar la menor
inquietud.
Briant y Doniphan corrieron hacia la zanja, y cuando pudieron ver lo
que era, exclamaron:
-¡Venid!... ¡Venid!...
-¡No es un jaguar? preguntó Webb.
-¿Ni un conguar? añadió Cross.
-No, respondió Doniphan: es un animal de dos pies; es un avestruz.
En efecto, así era, pudiendo felicitarse de que tales volátiles
habitasen aquellos bosques, porque su carne es excelente, sobre todo la
pechuga. Sin embargo, si no era dudoso que fuese un avestruz de mediana
estatura, su cabeza, parecida a la del ganso, y sus plumas de un gris
blancuzco, le acusaban como perteneciente a la especie de los ñandús,
tan numerosos en medio de las Pampas del Sur de América; y aun cuando el
ñandú no puede entrar en comparación con el avestruz africano, el
hallado en la trampa honraba, no obstante, la fauna del país.
-¡Es preciso cogerle vivo! dijo Wilcox.
-¡Ya lo creo! exclamó Service.
-No será fácil, respondió Cross.
-Probemos, repuso Briant.
Si el vigoroso animal no había podido escaparse, fue porque sus alas
no le permitían elevarse al nivel del suelo, y porque sus patas no
podían agarrarse a las paredes verticales de la zanja. Wilcox bajó, con
gran riesgo de recibir algún picotazo que hubiera podido herirle de
alguna gravedad; pero tuvo la suerte de tirar su blusa a la cabeza del
volátil con tan buena estrella, que el avestruz fue reducido a la más
completa inmovilidad, siendo entonces fácil atarlo por las patas, y
entre todos consiguieron sacarlo del foso.
-¡Por fin le tenemos! exclamó Webb.
-¿Y qué haremos con él?... preguntó Cross.
-¡Es muy sencillo! replicó Service, que no dudaba de nada. Le
llevamos a French-den, le amansaremos, y nos servirá de montura. Me
encargo de él, y obraré en un todo siguiendo el ejemplo de mi amigo
Jack, el del
Robinsón Suizo.
Poco probable era utilizar el avestruz con arreglo a los deseos de
Service, a pasar del precedente por él citado; pero como no había
inconveniente en llevarlo a la gruta, así se verificó.
Cuando Gordon vio llegar al ñandú, se asustó, tal vez pensando que
era una boca más que alimentar; pero acordándose de que las hierbas y
las hojas bastarían para su manutención, le hizo buena acogida. En
cuanto a los pequeños, fue una alegría para ellos admirar aquel animal y
acercarse a él después que lo hubieron atado con una cuerda; y al saber
que Service se proponía domesticarlo hasta el punto de poderlo montar,
le hicieron prometer que los llevaría a la grupa.
-Sí, sí, lo haré, si sois buenos, amiguitos, respondió Service, a
quien los niños miraban como a un héroe.
-¡Ya lo veremos! exclamó Costar.
-¡Cómo! ¿Tú también, Costar? replicó Service.
¿Te atreverías a montar sobre este animal?
-Detrás de ti y agarrándome bien... creo que sí.
-Acuérdate bien del miedo que tuviste cuando estabas encima de la
tortuga.
-No es lo mismo, respondió el pequeño, porque éste a lo menos no se
meterá debajo del agua.
-No; pero puede irse por el aire, dijo Dole.
Estas últimas palabras dejaron a los niños pensativos.
Desde su llegada a la gruta, Gordon había organizado su vida y la de
sus compañeros de una manera regular, y abrigaba el propósito de
normalizar en lo posible, tan luego como la instalación fuese completa,
las ocupaciones de cada uno, y sobre todo cuidar mucho de no dejar a los
más pequeños abandonados a sí mismos. Sin duda que estos se prestarían a
ayudar a los mayores en la medida de sus fuerzas; pero ¿por qué no se
habían de continuar las lecciones empezadas en el colegio Chairmán?
Tenemos libros que nos permiten proseguir nuestros estudios, dijo
Gordon, y lo que hemos aprendido y aprenderemos aun, justo es que se lo
enseñemos a los niños.
-Sí; tienes razón, respondió Briant; y si algún día Dios permite que
abandonemos esta isla y que volvamos al seno de nuestras familias,
demostremos que no hemos perdido el tiempo.
Convinieron, pues, en que se redactaría un programa, y que después de
sometido a la aprobación general, se seguiría escrupulosamente.
La idea era excelente: en los largos días de invierno, cuando ni
grandes ni pequeños pudieran salir de la gruta, bueno sería que se
ocupasen en algo y con provecho para su inteligencia; pero mientras
tanto, lo que más incomodaba a los huéspedes de
French-den era la estrechez de la
única habitación que tenían, en la que estaban amontonados; era, por lo
tanto, preciso consagrarse, sin dilación, a buscar los medios de
agrandarla.
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