19 de febrero de 2012

Capítulo Xl

Primeras disposiciones en el interior de «French-den.» -Descarga de la balsa. -Visita a la tumba del náufrago. -Gordon y Doniphan. -La hornilla de la cocina. -Caza de polo y de pluma. -El ñandú. -Proyectos de Service. -Se acerca el Invierno.
El desembarque se verificó en medio de los gritos de júbilo de los pequeños, para los que todo cambio en la vida ordinaria equivalía a un nuevo juego. Dole brincaba en el ribazo como un cabrito; Iverson y Jenkins corrían hacia el lago, mientras que Costar, hablando aparte con Mokó, le decía:
-Nos has prometido una buena comida, grumete.
-Pues bien, pasaréis sin ella, señor Costar, respondió Mokó.
-¿Y por qué?
-Porque no tendré tiempo de guisar hoy.
-¡Cómo! ¿No se comerá?
-No, pero se cenará y las avutardas no serán menos buenas en la cena.
Y Mokó se reía, enseñando sus hermosos y blancos dientes.
El niño, después de darle una palmadita en el hombro en señal de buena amistad, fue a reunirse a sus compañeros, y Briant dio a todos ellos orden de que no se alejaran, con el fin de no perderlos de vista.
-¿No vas con ellos? preguntó a su hermano.
-No, prefiero estar aquí, respondió Santiago.
-Mejor sería que hicieras un poco de ejercicio, repuso Briant. ¡No estoy contento contigo, Santiago!... ¡Me ocultas algo!... ¿Estás malo?
-No, no tengo nada.
Siempre la misma respuesta; esto preocupaba a Briant, que resolvió aclarar sus dudas, a trueque de reñir con su hermano.
Pero no había que perder tiempo si querían pasar la noche en la gruta.
Tratábase, en primer lugar, de que los que no la conocían fuesen a verla; así es que, después de amarrar la balsa, Briant rogó a sus compañeros que le acompañasen, y el grumete se proveyó de un farol, cuya luz, aumentada por los cristales, despedía viva claridad.
Las malezas que tapaban el orificio de la cueva se encontraban en el mismo estado que las dejó Briant; prueba segura de que ningún ser humano ni animal habían penetrado en ella.
Después de apartar las ramas, todos se deslizaron por la estrecha abertura. Con la luz del farol, la gruta se alumbró mucho mejor que con las ramas de pino o las velas del náufrago.
-¡Qué estrechos vamos a estar aquí! dijo Baxter, que acababa de medir la profundidad de la gruta.
-¡Bah! exclamó Garnett: se ponen las camas unas encima de otras como en un camarote...
-¿Para qué? replicó Wilcox; bastará colocarlas bien en el suelo...
-Entonces ya no quedará sitio para andar, dijo Webb.
-No, pero...
-Pero, le interrumpió Service, lo principal era que tuviésemos un abrigo. Supongo que Webb no pensaba encontrar aquí una habitación completa con salón, comedor, alcoba, sala de fumar, cuarto de baño...
-No, dijo Cross; pero sería menester un sitio en que se pudiera guisar.
-Guisaré fuera, dijo Mokó.
-Eso sería muy incómodo con el mal tiempo, dijo Briant. Así es que mañana mismo debemos colocar aquí la hornilla del Sloughi.
-¡La hornilla en el mismo sitio en que tenemos que comer y dormir! replicó Doniphan con marcado disgusto.
-Pues bien, respirarás sales, lord Doniphan, exclamó Service soltando una carcajada.
-Si me conviene, señor pinche, replicó el altanero muchacho frunciendo el entrecejo.
-¡Vamos, vamos!... se apresuró a decir Gordon. Que la cosa sea o no agradable, será preciso tener paciencia por ahora; además, la hornilla, no sólo servirá para guisar, sino también para calentarnos.
En cuanto a agrandar esto, dado caso de que sea posible realizarlo, tenemos el tiempo que dura el invierno: contentémonos, pues, con lo que hay, e instalémonos lo mejor posible.
Antes de cenar, entraron todas las camas y las arreglaron unas al lado de otras encima de la arena. Esta mudanza ocupó a los chicos hasta el anochecer, en cuya hora, transportando la mesa grande del comedor del yate, la colocaron en medio de la cueva, y Garnett, ayudado por los pequeños, que la traían los diversos utensilios de a bordo, se encargó de prepararla para la cena.
Mokó, que auxiliado por Service había dispuesto un hogar entre dos gruesas piedras al pie del contrafuerte del acantilado, encendió lumbre con ramas secas, que Wilcox y Webb fueron a buscar debajo de los árboles del ribazo, y a eso de las seis la olla esparcía un olor muy apetitoso, mientras que una docena de perdices colocadas en una barrita de hierro, se asaban delante de un buen fuego, encima de una gran fuente que recibía su jugo, y en la que Costar hubiese de buena gana mojado un trozo de galleta. Dole e Iverson daban concienzudamente vueltas al asador, y Phann los miraba con gran interés.
A las siete estaban todos reunidos en la única habitación de French-den, comedor y dormitorio a la vez. Los taburetes y sillas de tijera y de mimbres del Sloughi, habían sido traídos al mismo tiempo que los bancos del puesto de la tripulación. Nuestros muchachos, servidos por Mokó y por sí mismos, comieron opíparamente. Una buena sopa muy caliente, un trozo de corn-beef, el asado de perdices, galleta en vez de pan, agua fresca con una tercera parte de brandy, un pedacito de queso de Chester y algunos vasos de sherry en los postres, les indemnizaron de las malas comidas de los días anteriores.
A pesar de la gravedad de su situación, los pequeños se entregaban a la alegría propia de su edad, y Briant no quiso reprimir ni su algazara ni sus risas.
Terminada la cena, y no obstante la fatiga del día, Gordon, guiado por un sentimiento de religioso respeto, propuso a sus compañeros hacer una visita a la tumba de Francisco Baudoin, cuya morada ocupaban ellos; y aceptada la idea por todos, nuestros jóvenes dieron la vuelta al contrafuerte y se detuvieron, cerca de un montón de tierra, en el que se veía una cruz de madera; y entonces, los pequeños arrodillados y los mayores inclinados ante aquella tumba, dirigieron una oración a Dios por el alma del desgraciado náufrago.
A las nueve se acostaron, y Wilcox y Doniphan, que estaban de guardia, encendieron una gran hoguera a la entrada de la cueva para ahuyentar a los animales y caldear el interior de la gruta.
Al día siguiente, 9 de Mayo, y durante los tres sucesivos, se necesitó de todos los brazos para la descarga de la balsa, pues como las nubes se amontonaban ya con el viento Oeste, anunciando lluvia o nieve, y el termómetro no se movía casi de cero, importaba mucho que cuantas cosas podían echarse a perder, municiones y provisiones sólidas y líquidas, se guardaran en French-den.
Por espacio de algunos días, y ante la urgencia del trabajo, los cazadores no se ocuparon mucho en dar culto a Diana; pero como las aves acuáticas abundaban sobremanera en la superficie del lago o en los pantanos, Mokó no se encontró nunca desprovisto. Chochas, patos y cercetas daban a Doniphan ocasión de demostrar su destreza, sin abandonar su perentoria obligación, no obstante observar que Gordon no veía sin pena lo que costaba la caza en plomo y pólvora, y de saber que quería economizar las municiones, cuya exacta cantidad tenía apuntada en su cartera.
-Doniphan, es preciso escatimar tiros, le dijo un día; se trata de nuestro interés para lo porvenir.
-Convenido, respondió Doniphan; pero es necesario también economizar las conservas en aras de ese mismo interés, pues de no hacerlo así, nos arrepentiríamos de ello, si se presenta algún día la ocasión de dejar la isla...
-¡Dejar la isla! dijo Gordon. ¿Somos capaces acaso de construir un buque que pueda hacerse a la mar?
-¿Y por qué no? Hemos de intentarlo, para el caso de que se encuentre por aquí algún continente... No tengo yo ganas de morir en este desierto, como el compatriota de Briant.
-Bien está, respondió el americano; pero a pesar del deseo que tenemos todos de partir, no estará demás que nos habituemos a la idea de vernos obligados a permanecer aquí años y años.
-¡No desmientes tu carácter, Gordon! exclamó Doniphan. Estoy cierto de que te gustaría mucho fundar en estos parajes una colonia...
-Sin duda, si no se puede otra cosa.
-¡Ya lo creo! Mas juzgo que no serán muchos de tu parecer, ni siquiera tu amigo Briant.
-Ya tendremos tiempo de discutir esta cuestión, replicó Gordon. Y A propósito de Briant, permíteme que te diga que no te portas bien con él. Es un buen compañero, que nos ha dado muchas pruebas de cariño...
-¡Cómo no! replicó Doniphan con el tono desdeñoso peculiar en él. Briant tiene todas las buenas cualidades. Es una especie de héroe...
-No, Doniphan. Tiene defectos, lo mismo que nosotros; pero tus sentimientos respecto de él pueden traer una desunión que haría mucho más penosa nuestra existencia. Briant es estimado de todos...
-¡Oh, de todos! Mucho decir es eso.
-Lo es de la mayor parte, y no sé por qué Wilcox, Cross, Webb y tú no queréis hacer caso de nada de lo que dice. Es una observación amistosa la que te hago, Doniphan, y estoy cierto de que reflexionarás acerca de ella...
-Ya está hecho, Gordon.
El americano conoció bien claramente que aquel orgulloso muchacho estaba poco dispuesto a seguir sus consejos, y esto lo afligía mucho, haciéndole prever grandes disgustos para el porvenir.
Ya hemos dicho que la descarga de la balsa necesitó tres días, y que una vez terminada esta operación, no les quedaba otro quehacer sino el de desbaratar aquella embarcación, cuyas maderas y tablas podían utilizarse en el interior de French- den. Desgraciadamente, no cupo todo el material en la cueva; y si ésta no se podía agrandar, tendría que construirse un sotechado para poner los fardos al abrigo de la intemperie. Mientras tanto, siguiendo los consejos de Gordon, aquellos objetos fueron amontonados en el ángulo del contrafuerte y cubiertos con lonas embreadas.
El día 13, Baxter, Briant y Mokó procedieron a la armadura de la hornilla, que, arrastrada sobre maderos redondos hasta el interior de la gruta, fue instalada junto a la pared de la derecha, cerca de la entrada, para que el tiro se efectuase en mejores condiciones. La colocación del tubo presentó alguna dificultad; pero como las paredes eran de piedra caliza no muy sólida, Baxter llegó a perforarla, y pudo ajustar perfectamente el cañón de la chimenea para facilitar la salida del humo. Por la tarde, Mokó encendió lumbre, viendo con gran satisfacción que la hornilla funcionaba a las mil maravillas.
Durante la semana siguiente, Doniphan, Webb, Cross, Service, Wilcox y Garnett pudieron satisfacer sus aficiones de cazadores. Un día que se internaron en el bosque de abedules y hayas, a media milla de French-den, hacia el lago, encontraron en algunos sitios indicios seguros del trabajo del hombre, pues hallaron zanjas cubiertas con ramaje y bastante profundas, para que los animales que cayesen en ellas no pudieran salir; pero el estado de aquellas zanjas las denunciaba como muy antiguas, y una de ellas encerraba los restos de un animal cuya especie era difícil clasificar.
-Son huesos de una bestia de gran tamaño, dijo Wilcox saltando al fondo y sacando aquellos restos blanqueados por el tiempo.
-Son los huesos de un cuadrúpedo, añadió Webb; aquí están las cuatro patas.
-Como no sea que los haya aquí de cinco, respondió Service; en esté caso sería un carnero o una ternera fenomenal.
-Siempre te estás burlando, Service, dijo Cross.
-Las bromas inocentes no están prohibidas, dijo Garnett.
-Lo cierto es, repuso Doniphan, que esta bestia debía ser grande. ¡Mirad qué cabeza y qué mandíbulas armadas con sus colmillos! Service puede bromear cuanto quiera; pero si este animal resucitara, me parece que nuestro jocoso compañero no tendría ganas de reír.
-¡Bien contestado! exclamó Cross, dispuesto siempre a apoyar a su primo.
-¿Supones, pues, preguntó Webb a Doniphan, que se trata de un carnívoro?
-No cabe duda.
-¿Un león? ¿Un tigre?... dijo Cross, no muy tranquilo.
-Si no es un tigre o un león, es, por lo menos, un jaguar o un conguar.
-¡Será preciso andar alerta! dijo Webb.
-¡Y no aventurarnos demasiado lejos! añadió Cross.
-¿Lo oyes, Phann? dijo Service, volviéndose hacia el perro. Hay fieras aquí.
Phann respondió con un alegre ladrido, que no demostraba ninguna inquietud.
Nuestros cazadores se dispusieron a volver a su morada.
-Se me ocurra una idea, dijo Wilcox; y es la de que, si volviésemos a cubrir esta zanja, tal vez algún otro animal se dejaría coger en la trampa.
-Como quieras, respondió Doniphan, aunque me gusta más tirar a los animales en libertad que cogerlos en un foso.
Wilcox, llevado por su afición de armar lazos, se apresuró a poner en práctica la idea. Sus compañeros le ayudaron cortando follaje y ramas, y colocando los palos más largos atravesados, disimulando después completamente con las hojas la abertura de la zanja. Para reconocer el sitio, Wilcox fue rompiendo algunas ramas hasta la orilla del bosque, y hecho esto, volvieron todos a la gruta. La caza de pluma abundaba, abasteciendo la mesa de nuestros isleños. Además de las avutardas y de las perdices, se veía gran número de martinetes, cuyo plumaje, lleno de lunarcitos blancos, se parece al de las pintadas; y en cuanto a la caza de pelo, se componía de tucutucos, especie de roedores que podían reemplazar ventajosamente al conejo; de maras, liebres de un gris rojizo, con una media luna negra encima del rabo, cuya carne se parece mucho a la del aguti; de pichis, mamíferos de piel escamosa, que ofrece un alimento de sabor delicioso; de pecaris, que se parecen a pequeños jabalíes, y de guaculis, iguales a los ciervos en cuanto a agilidad. Doniphan mató algunos de estos animales; pero como era bastante difícil aproximarse a ellos, el consumo de plomo y de pólvora no estaba en relación con los productos, con gran disgusto del joven cazador.
Gordon le hizo ciertas observaciones, que ni sus compañeros ni él tuvieron en cuenta. Durante estas excursiones, no dejaron tan laboriosos jóvenes de hacer un buen acopio de dos preciosas plantas reconocidas por Briant en su primera expedición al lago: apio silvestre y berros, cuyos tallos pequeños tienen excelentes condiciones antiescorbúticas, y desde entonces estos vegetales figuraron como medida higiénica en todas las comidas.
No habiéndose helado aún la superficie del lago ni la del río, pescaron también algunas truchas y sollos que, como es sabido, son muy agradables al paladar, y no dejaban de abundar en aquellas aguas.
Un día en que Iverson volvió triunfalmente llevando un magnífico salmón, con el que había luchado mucho tiempo, a trueque de romper las cañas, exclamaron sus compañeros:
-Si en la época en que este pescado remonta el río pudiéramos coger algunos, ¡qué buena cosa sería para el invierno!
Como es de suponer, nuestros incansables cazadores hicieron varias visitas a la trampa sin ningún resultado; pero un día, el 17 de Mayo, en que Briant y algunos otros fueron al bosque con objeto de ver si cerca de la gruta encontraban alguna cavidad natural que sirviera de almacén para los materiales, sucedió que, pasando cerca de la zanja, oyeron unos gritos guturales que salían de allí.
Briant se dirigió en seguida hacia aquel lado, mas lo alcanzó Doniphan, que no quería nunca dejarse adelantar por nadie; los demás seguían a algunos pasos de distancia con las escopetas preparadas, mientras que Phann andaba con las orejas caídas y el rabo tieso.
Cuando estuvieron a unos veinte pasos del foso, los gritos redoblaron, y vieron entre las ramas un agujero bastante grande, producido sin duda por la caída del animal que dentro de la zanja estaba.
No sabiendo a qué especie pertenecía, era preciso estar preparados a todo evento.
-¡Anda, Phann, anda! gritó Doniphan.
El perro se lanzó en seguida ladrando, pero sin demostrar la menor inquietud.
Briant y Doniphan corrieron hacia la zanja, y cuando pudieron ver lo que era, exclamaron:
-¡Venid!... ¡Venid!...
-¡No es un jaguar? preguntó Webb.
-¿Ni un conguar? añadió Cross.
-No, respondió Doniphan: es un animal de dos pies; es un avestruz.
En efecto, así era, pudiendo felicitarse de que tales volátiles habitasen aquellos bosques, porque su carne es excelente, sobre todo la pechuga. Sin embargo, si no era dudoso que fuese un avestruz de mediana estatura, su cabeza, parecida a la del ganso, y sus plumas de un gris blancuzco, le acusaban como perteneciente a la especie de los ñandús, tan numerosos en medio de las Pampas del Sur de América; y aun cuando el ñandú no puede entrar en comparación con el avestruz africano, el hallado en la trampa honraba, no obstante, la fauna del país.
-¡Es preciso cogerle vivo! dijo Wilcox.
-¡Ya lo creo! exclamó Service.
-No será fácil, respondió Cross.
-Probemos, repuso Briant.
Si el vigoroso animal no había podido escaparse, fue porque sus alas no le permitían elevarse al nivel del suelo, y porque sus patas no podían agarrarse a las paredes verticales de la zanja. Wilcox bajó, con gran riesgo de recibir algún picotazo que hubiera podido herirle de alguna gravedad; pero tuvo la suerte de tirar su blusa a la cabeza del volátil con tan buena estrella, que el avestruz fue reducido a la más completa inmovilidad, siendo entonces fácil atarlo por las patas, y entre todos consiguieron sacarlo del foso.
-¡Por fin le tenemos! exclamó Webb.
-¿Y qué haremos con él?... preguntó Cross.
-¡Es muy sencillo! replicó Service, que no dudaba de nada. Le llevamos a French-den, le amansaremos, y nos servirá de montura. Me encargo de él, y obraré en un todo siguiendo el ejemplo de mi amigo Jack, el del Robinsón Suizo.
Poco probable era utilizar el avestruz con arreglo a los deseos de Service, a pasar del precedente por él citado; pero como no había inconveniente en llevarlo a la gruta, así se verificó.
Cuando Gordon vio llegar al ñandú, se asustó, tal vez pensando que era una boca más que alimentar; pero acordándose de que las hierbas y las hojas bastarían para su manutención, le hizo buena acogida. En cuanto a los pequeños, fue una alegría para ellos admirar aquel animal y acercarse a él después que lo hubieron atado con una cuerda; y al saber que Service se proponía domesticarlo hasta el punto de poderlo montar, le hicieron prometer que los llevaría a la grupa.
-Sí, sí, lo haré, si sois buenos, amiguitos, respondió Service, a quien los niños miraban como a un héroe.
-¡Ya lo veremos! exclamó Costar.
-¡Cómo! ¿Tú también, Costar? replicó Service.
¿Te atreverías a montar sobre este animal?
-Detrás de ti y agarrándome bien... creo que sí.
-Acuérdate bien del miedo que tuviste cuando estabas encima de la tortuga.
-No es lo mismo, respondió el pequeño, porque éste a lo menos no se meterá debajo del agua.
-No; pero puede irse por el aire, dijo Dole.
Estas últimas palabras dejaron a los niños pensativos.
Desde su llegada a la gruta, Gordon había organizado su vida y la de sus compañeros de una manera regular, y abrigaba el propósito de normalizar en lo posible, tan luego como la instalación fuese completa, las ocupaciones de cada uno, y sobre todo cuidar mucho de no dejar a los más pequeños abandonados a sí mismos. Sin duda que estos se prestarían a ayudar a los mayores en la medida de sus fuerzas; pero ¿por qué no se habían de continuar las lecciones empezadas en el colegio Chairmán?
Tenemos libros que nos permiten proseguir nuestros estudios, dijo Gordon, y lo que hemos aprendido y aprenderemos aun, justo es que se lo enseñemos a los niños.
-Sí; tienes razón, respondió Briant; y si algún día Dios permite que abandonemos esta isla y que volvamos al seno de nuestras familias, demostremos que no hemos perdido el tiempo.
Convinieron, pues, en que se redactaría un programa, y que después de sometido a la aprobación general, se seguiría escrupulosamente.
La idea era excelente: en los largos días de invierno, cuando ni grandes ni pequeños pudieran salir de la gruta, bueno sería que se ocupasen en algo y con provecho para su inteligencia; pero mientras tanto, lo que más incomodaba a los huéspedes de French-den era la estrechez de la única habitación que tenían, en la que estaban amontonados; era, por lo tanto, preciso consagrarse, sin dilación, a buscar los medios de agrandarla.

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